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domingo, 2 de enero de 2011

Persecución religiosa: "No llueve, la culpa es de los cristianos" (San Agustín)

Nuestra Jornada nos hará compartir "la alegría de ser discípulos". En muchas partes del mundo esta alegría se traduce en valentía, porque en esos lugares es difícil, incluso peligroso, ser cristianos. Les invito a leer este artículo, realizado por el periodista Martín Santiváñez del periódico venezolano El Universal, a raíz del atentado en Alejandría de Egipto, en que murieron 21 cristianos y quedaron 79 heridos a la salida de una iglesia cristiana. 

Rostro de Cristo, manchado por la sangre de los cristianos asesinados en el atentado a la Iglesia de los Santos. Alejandría, Egipto.


Agustín de Hipona, en "La ciudad de Dios", nos recuerda que la persecución a los cristianos es tan vieja como la existencia de la fe. Surgió, feroz, tras la muerte de Jesucristo y se expandió con rapidez por el mundo antiguo, convirtiéndose en el deporte sangriento de masas embrutecidas y políticos decadentes. No son pocas las veces en que la política ha sido pervertida por criptocracias empeñadas en propagar el odio al cristianismo. A lo largo de la historia, muchos pueblos han sido inoculados con el virus de la cristofobia, convencidos de que todas las calamidades que la civilización padece tienen su origen en la religión. "No llueve, la culpa la tienen los cristianos" es el proverbio que San Agustín citaba como ejemplo para reflejar hasta qué punto el cristianismo fue convertido en un enemigo común de la humanidad, gracias a una propaganda tan macabra como intensa.

Todo esto me vino a la mente hace unos días cuando asistí, conmovido e indignado, a una conferencia en Madrid de los arzobispos de la Iglesia Católica Siriaca de Bagdad y Mosul, monseñores Athanase Matti Shaba Matoka y Basile Georges Casmoussa. El acto, multitudinario y entrañable, fue promovido por la universidad San Pablo CEU, la asociación "Ayuda a la Iglesia necesitada", el eurodiputado Jaime Mayor Oreja y un puñado de católicos activos y decididos, aprovechando el viaje de los obispos a Bruselas para exponer la precaria situación de los cristianos en Irak. Soy consciente de la persecución intelectual y mediática que soporta el cristianismo en pleno siglo XXI, un hostigamiento vicioso que no ha cesado jamás, solapándose a veces con la más descarada indiferencia. Pero nunca había escuchado en primera persona el testimonio heroico de católicos que se juegan la vida por sus creencias. Cuando el 31 de octubre pasado, 68 cristianos iraquíes fueron asesinados cruelmente por Al Qaeda, la libertad y la democracia que tanto le han costado a Occidente también sufrieron una derrota enorme. Nosotros, por supuesto, apenas nos dimos cuenta.

Desde marzo de 2003, entre un tercio y la mitad del millón de cristianos que viven en Irak han tenido que emigrar. O recorren el sendero del exilio o perecen asfixiados por el tsunami talibán. Nueve mil cristianos han sido asesinados, entre ellos ocho sacerdotes. Cincuenta y dos iglesias fueron bombardeadas y los católicos que se quedan en el país han elegido voluntariamente la dura senda del martirio. Como en el poema de Alejandro Romualdo, a los cristianos iraquíes los han dinamitado y arrastrado, escupido y descuartizado, coronando con sangre su cabeza, con golpes sus pómulos y con puñales sus costillas. Y, pese a todo, no han logrado quebrarlos.

Aquí en Latinoamérica, muchos, esta Nochebuena, disfrutamos del sucedáneo navideño que nos impone el Moloch del consumismo. A miles de kilómetros de distancia, allá en Bagdad, trescientos cristianos en la iglesia de Nuestra Señora de la Salvación, en medio de escombros, restos de sangre y fotos de sacerdotes sacrificados mostraron al mundo el auténtico significado de una fiesta de paz y fraternidad. Durante la Misa de Gallo se habló de perdón, esperanza y caridad. "No importa lo fuerte que sople la tormenta, el amor nos salvará", dijo el arzobispo Shaba Matoka. Ahora bien, creer en el amor es compatible con defender una causa justa.

La lucha por la libertad también se lleva a cabo en el plano religioso. La religión es un instrumento de unidad y cohesión, de hermandad humana. Cuando se convierte en un pretexto para el derramamiento de sangre, abandona su principio espiritual, abjura de sus valores trascendentes y se transforma en un Leviatán corrupto al que es preciso denunciar y, llegado el caso, derribar. La religión que busca la muerte del infiel es cualquier cosa menos religión. La libertad para ejercer una fe sin que penda sobre la comunidad una espada de Damocles es un signo de civilización, una conquista de la democracia. Defender a los cristianos perseguidos equivale, en la práctica, a sostener una democracia viable en un mundo libre, porque ellos encarnan, en el sentido más pleno, la auténtica libertad. Criminalizar etnias, confesiones o ideologías en nombre de una verdad suprema es el signo inequívoco del terror totalitario. Para el totalitarismo cualquier atisbo de libertad, cualquier reducto de conciencia, es un enemigo a batir. Por eso, en toda sociedad autocrática el cristianismo es perseguido sin pudor.

Comprendo el pedido que los dos obispos hicieron en Bruselas y repitieron en Madrid. Entiendo que pretendan que la Unión Europea establezca un comité internacional que investigue quiénes son los autores del terrorismo islámico y presione al inepto gobierno iraquí para que garantice la seguridad de los cristianos. Más aún, estoy convencido que Latinoamérica, por voz de sus organismos internacionales, tendría que sumarse a la defensa formal de esta causa, porque la identidad latina no se comprende sin los valores del cristianismo. Sin embargo, ya sabemos quiénes se opondrán. Los gobiernos populistas que mantienen una relación fluida con las teocracias orientales y los líderes demagogos que avalan con su política los resabios del totalitarismo no verán con buenos ojos que se acuse a sus mecenas y aliados de ineficiencia y complicidad con el terrorismo. En fin, para estos señores, si no llueve en el mundo, habrá que culpar a alguien, menos a los verdaderos autores. Así las cosas, ¿por qué no cargarles el muerto a los peligrosos cristianos?

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