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miércoles, 5 de enero de 2011

"Seremos saciados con la visión de la Palabra" (San Agustín, 354-430)



En esta ocasión, nos acompaña San Agustín. En su Sermón 194, predicado durante la misa de Navidad, nos habla de ver a Cristo, la Palabra... ¿cómo podemos ver la palabra, si la oímos? Cristo es la Palabra (Verbo) de Dios... ahora que se hizo hombre, podemos contemplarlo. Buena lectura.




¿Qué ser humano podría conocer todos los tesoros de sabiduría y de ciencia ocultos en Cristo y escondidos en la pobreza de su carne? Porque, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza. Pues cuando asumió la condición mortal y experimentó la muerte, se mostró pobre: pero prometió riquezas para más adelante, y no perdió las que le habían quitado.

¡Qué inmensidad la de su dulzura, que escondió para que los que lo temen, y llevó a cabo para los que esperan en él!

Nuestro conocimientos son ahora parciales, hasta que se cumpla lo que es perfecto. Y para que nos hagamos capaces de alcanzarlo, él, que era igual al Padre en la forma de Dios, se hizo semejante a nosotros en la forma de siervo, para reformarnos a semejanza de Dios: y, con­vertido en hijo del hombre –él, que era único Hijo de Dios–, convirtió a muchos hijos de los hombres en hijos de Dios; y, habiendo alimentado a aquellos siervos con su forma visible de siervo, los hizo libres para que contem­plasen la forma de Dios.

Pues ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Pues ¿para qué son aquellos tesoros de sabiduría y de ciencia, para qué sirven aquellas riquezas divinas sino para colmarnos? ¿Y para qué la inmensidad de aquella dulzura sino para saciarnos? Muéstranos al Padre y nos basta.

Y en algún salmo, uno de nosotros, o en nosotros, o por nosotros, le dice: Me saciaré cuando se manifieste tu gloria. Pues él y el Padre son una misma cosa: y quien lo ve a él ve también al Padre. De modo que el Señor, Dios de los ejércitos, él es el Rey de la gloria. Volviendo a nosotros, nos mostrará su rostro; y nos salvaremos y quedaremos saciados, y eso nos bastará.

Pero mientras eso no suceda, mientras no nos muestre lo que habrá de bastarnos, mientras no le bebamos como fuente de vida y nos saciemos, mientras tengamos que andar en la fe y peregrinemos lejos de él, mientras tenemos hambre y sed de justicia y anhelamos con inefable ardor la belleza de la forma de Dios, celebremos con devota obsequiosidad el nacimiento de la forma de siervo.

Si no podemos contemplar todavía al que fue engendrado por el Padre antes que el lucero de la mañana, tratemos de acercarnos al que nació de la Virgen en medio de la noche. No comprendemos aún que su nombre dura como el sol; reconozcamos que su tienda ha sido puesta en el sol.

Todavía no podemos contemplar al Único que permanece en su Padre; recordemos al Esposo que sale de su alcoba. Todavía no estamos preparados para el banquete de nuestro Padre; reconozcamos al menos el pesebre de nuestro Señor Jesucristo.
Sermón 194,3-4

martes, 4 de enero de 2011

El Señor nos llena con su paz (San Ambrosio, 340-397)



Un testo antiguo (siglo IV d.C.), pero no se asusten. Una oración bellísima de San Ambrosio, el obispo de Milán que bautizó a San Agustín -junto con Adeodato, Alipio y otros más...-, que este texto nos acompañe hoy, faltando 3 días para el inicio de nuestra Jornada. Bendiciones.


Si estoy envuelto en las tinieblas, ¡Tú eres, Señor, mi luz!
Si estoy perdido, ¡Tú eres, Señor, mi camino!
Si estoy desamparado, ¡Tú eres, señor mi fortaleza!
Si estoy quebrado por mis pecados, ¡Tú eres, Señor, mi perdón!
Si estoy herido por la vida, ¡Tú eres, Señor, la fuente refrescante!
Si tengo miedo de la muerte,
¡Tú eres, Señor, la resurrección y la Vida!
Si anhelo intensamente volver a encontrarme contigo,
¡Tú eres, Señor, mi camino!

Aunque todavía no veo tu claridad, ¡Tú, Señor, ya eres mi luz!
Aunque todavía no puedo aceptar, ¡Tú, Señor, ya eres mi fuerza!
Aunque todavía la oscuridad y la angustia me envuelven,
¡Tú, Señor, ya eres mi paz!
Aunque la tristeza me habite, ¡Tú, Señor, ya eres mi gozo!
Aunque me cuesta volver a ti, ¡Tú, Señor, ya eres mi confianza!
Aunque me cuesta aceptar lo que me espera,
¡Tú, Señor, ya eres en mi la ofrenda perfecta!
Aunque todo mi ser rechace la cruz,
¡Tú, Señor, ya eres en mi consentimiento!

lunes, 3 de enero de 2011

QUIERO SER TU AMIGO, JESUCRISTO (Esteban Gumucio, ss.cc.)


Para orar en este día, y preparar el corazón para vivir al 100% nuestra Jornada... date un tiempo de tranquilidad, respira hondo y ora este texto.
 

Eres mi presente y mi futuro, Jesucristo;
mi horizonte sobre llanuras anheladas.
Desde ayer eres mi amigo, desde siempre.
En la noche extiendo mi mano adolescente,
toco tus ojos, adivino tu mirada.

Eres canto, rocío, llamada
que despierta lo mejor de mi secreto.

Eres la fuerza de ser libre;
contigo voy clavando pasos monte arriba,
y cuando todo mi contorno se estremece
eres tú el amigo, y permaneces.

Una música humana, cuajada de esperanza, Jesucristo;
un fuego encendido y una lumbre nueva, Jesucristo.
Eres pan de mis mañanas,
eres pórtico y camino,
eres sol de mediodía
y descanso que renueva.

Contigo es bueno sentir la juventud,
cantar el mismo canto,
correr a los picachos, bajar a las audacias.
Quiero oír tu voz de siempre,
Amigo, Señor y compañero,
vivir tus luchas, recorrer tus senderos,
y encontrarme, tal vez, sin bolsa ni bastón,
durmiendo por ti al frescor de las estrellas.

Contigo quiero descubrir las cosas bellas:
vivir la transparencia, la verdad.
Quedarme a tus pies para guardar tu sueño
o salir a tus urgencias, al menor signo de tu mano.

Dame ser un corazón inquieto
al atisbo de pájaros y brisas
y ventanas recién abiertas.
Quiero ser ojos que lo miren todo desde adentro,
desde tu presencia;
y quiero ser mano de niño afirmada en ti,
sin dolor, sencilla, sin mentira;
y que me queden cortas las palabras
cuando hable de ti;
que me quede chico el corazón, incapaz de mis anhelos;
que me quede estrecho el mismo cielo,
cuando te busque a ti.

Yo quiero ser tu amigo, Jesucristo,
yo quiero ser tu amigo:
que nunca jamás me doblegue la bajeza,
que no me venza la mentira y la tristeza.

Quiero ser chispa de tu fuego y gota de tu fuente
y sal, y levadura, y simiente sembrada por tu mano:
pensando poco en mí, mucho en mi hermano.

Que sea contigo justicia de pobres,
respeto de débiles,
y vaya contigo, sin doblar la cabeza
a los amos del dinero y de la fuerza.
Yo quiero ser tu amigo, Jesucristo,
yo quiero ser tu amigo.
Encontrar tu yugo suave y tu carga ligera
y llevar por todas partes,
en mi cuerpo y en mi alma,
tu vida en primavera.

domingo, 2 de enero de 2011

¡PrePÁRATE!

Persecución religiosa: "No llueve, la culpa es de los cristianos" (San Agustín)

Nuestra Jornada nos hará compartir "la alegría de ser discípulos". En muchas partes del mundo esta alegría se traduce en valentía, porque en esos lugares es difícil, incluso peligroso, ser cristianos. Les invito a leer este artículo, realizado por el periodista Martín Santiváñez del periódico venezolano El Universal, a raíz del atentado en Alejandría de Egipto, en que murieron 21 cristianos y quedaron 79 heridos a la salida de una iglesia cristiana. 

Rostro de Cristo, manchado por la sangre de los cristianos asesinados en el atentado a la Iglesia de los Santos. Alejandría, Egipto.


Agustín de Hipona, en "La ciudad de Dios", nos recuerda que la persecución a los cristianos es tan vieja como la existencia de la fe. Surgió, feroz, tras la muerte de Jesucristo y se expandió con rapidez por el mundo antiguo, convirtiéndose en el deporte sangriento de masas embrutecidas y políticos decadentes. No son pocas las veces en que la política ha sido pervertida por criptocracias empeñadas en propagar el odio al cristianismo. A lo largo de la historia, muchos pueblos han sido inoculados con el virus de la cristofobia, convencidos de que todas las calamidades que la civilización padece tienen su origen en la religión. "No llueve, la culpa la tienen los cristianos" es el proverbio que San Agustín citaba como ejemplo para reflejar hasta qué punto el cristianismo fue convertido en un enemigo común de la humanidad, gracias a una propaganda tan macabra como intensa.

Todo esto me vino a la mente hace unos días cuando asistí, conmovido e indignado, a una conferencia en Madrid de los arzobispos de la Iglesia Católica Siriaca de Bagdad y Mosul, monseñores Athanase Matti Shaba Matoka y Basile Georges Casmoussa. El acto, multitudinario y entrañable, fue promovido por la universidad San Pablo CEU, la asociación "Ayuda a la Iglesia necesitada", el eurodiputado Jaime Mayor Oreja y un puñado de católicos activos y decididos, aprovechando el viaje de los obispos a Bruselas para exponer la precaria situación de los cristianos en Irak. Soy consciente de la persecución intelectual y mediática que soporta el cristianismo en pleno siglo XXI, un hostigamiento vicioso que no ha cesado jamás, solapándose a veces con la más descarada indiferencia. Pero nunca había escuchado en primera persona el testimonio heroico de católicos que se juegan la vida por sus creencias. Cuando el 31 de octubre pasado, 68 cristianos iraquíes fueron asesinados cruelmente por Al Qaeda, la libertad y la democracia que tanto le han costado a Occidente también sufrieron una derrota enorme. Nosotros, por supuesto, apenas nos dimos cuenta.

Desde marzo de 2003, entre un tercio y la mitad del millón de cristianos que viven en Irak han tenido que emigrar. O recorren el sendero del exilio o perecen asfixiados por el tsunami talibán. Nueve mil cristianos han sido asesinados, entre ellos ocho sacerdotes. Cincuenta y dos iglesias fueron bombardeadas y los católicos que se quedan en el país han elegido voluntariamente la dura senda del martirio. Como en el poema de Alejandro Romualdo, a los cristianos iraquíes los han dinamitado y arrastrado, escupido y descuartizado, coronando con sangre su cabeza, con golpes sus pómulos y con puñales sus costillas. Y, pese a todo, no han logrado quebrarlos.

Aquí en Latinoamérica, muchos, esta Nochebuena, disfrutamos del sucedáneo navideño que nos impone el Moloch del consumismo. A miles de kilómetros de distancia, allá en Bagdad, trescientos cristianos en la iglesia de Nuestra Señora de la Salvación, en medio de escombros, restos de sangre y fotos de sacerdotes sacrificados mostraron al mundo el auténtico significado de una fiesta de paz y fraternidad. Durante la Misa de Gallo se habló de perdón, esperanza y caridad. "No importa lo fuerte que sople la tormenta, el amor nos salvará", dijo el arzobispo Shaba Matoka. Ahora bien, creer en el amor es compatible con defender una causa justa.

La lucha por la libertad también se lleva a cabo en el plano religioso. La religión es un instrumento de unidad y cohesión, de hermandad humana. Cuando se convierte en un pretexto para el derramamiento de sangre, abandona su principio espiritual, abjura de sus valores trascendentes y se transforma en un Leviatán corrupto al que es preciso denunciar y, llegado el caso, derribar. La religión que busca la muerte del infiel es cualquier cosa menos religión. La libertad para ejercer una fe sin que penda sobre la comunidad una espada de Damocles es un signo de civilización, una conquista de la democracia. Defender a los cristianos perseguidos equivale, en la práctica, a sostener una democracia viable en un mundo libre, porque ellos encarnan, en el sentido más pleno, la auténtica libertad. Criminalizar etnias, confesiones o ideologías en nombre de una verdad suprema es el signo inequívoco del terror totalitario. Para el totalitarismo cualquier atisbo de libertad, cualquier reducto de conciencia, es un enemigo a batir. Por eso, en toda sociedad autocrática el cristianismo es perseguido sin pudor.

Comprendo el pedido que los dos obispos hicieron en Bruselas y repitieron en Madrid. Entiendo que pretendan que la Unión Europea establezca un comité internacional que investigue quiénes son los autores del terrorismo islámico y presione al inepto gobierno iraquí para que garantice la seguridad de los cristianos. Más aún, estoy convencido que Latinoamérica, por voz de sus organismos internacionales, tendría que sumarse a la defensa formal de esta causa, porque la identidad latina no se comprende sin los valores del cristianismo. Sin embargo, ya sabemos quiénes se opondrán. Los gobiernos populistas que mantienen una relación fluida con las teocracias orientales y los líderes demagogos que avalan con su política los resabios del totalitarismo no verán con buenos ojos que se acuse a sus mecenas y aliados de ineficiencia y complicidad con el terrorismo. En fin, para estos señores, si no llueve en el mundo, habrá que culpar a alguien, menos a los verdaderos autores. Así las cosas, ¿por qué no cargarles el muerto a los peligrosos cristianos?